Por Fernanda Noriega
Cuando el solsticio de primavera se acerca en San Miguel, las calles se van pintando de un color lila azulado: ¡Las jacarandas florecen! Es todo un espectáculo ver cómo las flores de este bello árbol se mezclan con los colores de la bugambilia, las coloridas casonas de la ciudad y el azul intenso del cielo ahora que llegó el calor. Pero las jacarandas no siempre han estado en San Miguel, de hecho, no son una especie mexicana siquiera.
Para conocer su origen, iremos atrás en la historia de México: se sabe que en 1892, el minero mexicano José Landero y Coss invitó al japonés Tatsugoro Matsumoto a trabajar en su hacienda en Hidalgo; Matsumoto era tan buen jardinero, que muy pronto empezó a hacerse de fama y varios capitalinos (habitantes de la CDMX) le pidieron que decorara los jardines de sus casas, principalmente en zonas de alta alcurnia como la colonia Roma.
Más tarde, el mismo Porfirio Díaz se dirigió al japonés para que se encargara de los arreglos florales del Castillo de Chapultepec y la creación de un jardín en el Palacio de Cristal, hoy Museo del Chopo.
Con el paso de los años, el negocio de Matsumoto mantuvo su prestigio a pesar del movimiento armado de la Revolución Mexicana, y un buen día el presidente Pascual Ortiz Rubio le hizo una petición especial: quería que Matsumoto sembrara cerezos por todas las vías principales de la CDMX para imitar el estilo pintoresco de Washington.
Matsumoto le dió un pronóstico poco prometedor, explicando que los cerezos no sobrevivirían al clima de la Capital, pero le propuso sembrar en cambio Jacarandas. La propuesta fue aceptada, y a partir de entonces, las jacarandas se fueron expandiendo por todos los estados y regiones del país.
No se sabe si la gente comenzó a cultivar las jacarandas después, llevándolas a otras partes del país, pero no resulta descabellado pensar que fue un acto de la misma naturaleza, ya que estos árboles tienden a soltar semillas que vuelan y germinan sin parar cuando llega la primavera. Hoy podemos disfrutar de la magnífica vista que ofrecen estos árboles coloridos en todas partes, sobre todo en lugares donde el colorido ya es notorio, como en San Miguel.