Por Fernanda Noriega
Mi abuelita se guía algo así: “este viernes es la traída del Señor de la Columna, porque el siguiente es Viernes de Dolores y ya el siguieeente, es Viernes Santo” y sí. De manera que mañana es el día en que el Señor de la Columna sale del Santuario de Atotonilco, que es su hogar durante todo el año, para visitar por unos días el Templo de San Juan de Dios, y cientos de feligreses lo acompañan en este viaje de una manera que, si has estado ahí, estarás de acuerdo en que es una noche muy especial.
Te lo contaré desde el principio: a sabiendas de que la noche es larga y fría, uno ese día procura cenar bien. A las 12 de la noche hay que estar afuera del Santuario. Para llegar, muchas familias se congregan en la parada del camión cargando sus cobijas, chamarras y a los niños muy bien abrigados. Al llegar a Atotonilco, se pueden ver puestos de comida tradicional, o lo que yo llamo “garnachas”: taquitos dorados, enchiladas placeras y pambazos mientras la imagen del Señor de la Columna es preparada para partir. En medio de las campanadas, el incienso (de lo que se encargan los monaguillos) y los cantos que las personas entonan, el Señor es levantado en los hombros de varias personas, y detrás, vamos un grupo de, no sé, ¿cientos? Entre más juntos, mejor. La caminata dura toda la noche, si uno va a buen paso, alcanza a llegar a eso de las 3:00 a.m. a la Cruz del Perdón, esa pequeña iglesia donde se oficia una misa a mitad de la noche, y uno puede aprovechar para acostarse sobre la tierra y cobijarse por unos minutos. Al terminar la misa hay que apretar el paso de nuevo, esta vez para poder llegar antes que el Señor a San Juan de Dios, a eso de las 6:30 a.m.; no es que sea una carrera, y muchos dirán que el punto es ir junto con él, pero a mi familia y a mí nos gustaba hacerlo así por esa magia que se encuentra en ver a la gente del Barrio de San Juan de Dios apresurada, terminando las obras de arte que realizan a base de aserrín, solo para que el Señor pase por encima de “una alfombra roja”. Otra gente, desde la puerta de sus casas, te gritan “¡Le ofrezco un cafecito! Ándele, muchacha, tome un pan, y si quiere pasar al baño, ¡con confianza!” Es bonito. Es en estas ocasiones donde la gente de San Miguel se congrega, y se abraza a sus tradiciones.
Cuando el Señor por fin llega y pasa sobre los tapetes de aserrín, se escuchan los rezos, cantos, campanadas y, por supuesto, la música de los Empachos, para culminar con una misa en el Templo de San Juan de Dios, que recibe con fervor a su invitado de honor.