Por Fernanda Noriega
“Si la disciplina de la fotografía no me sostuviera para generar arte, hoy no estaría aquí”
Cada día es perfecto, intento no atender la prisa de la vorágine posible de la vida cotidiana, comiendo el día mirando “la nada del cielo en silencio”, dándome la oportunidad de saber que ese día será maravilloso, compartiéndolo en los diversos cursos de fotografía que imparto, ya sea de manera presencial o virtual.
No hay día sin tomar un rico té de jengibre para limpiar el maravilloso engranaje que es el cuerpo que habito, después tomo un rico café de Guanajuato capital, de donde soy oriunda y me pongo a trabajar. Reviso mi calendario para ubicar el alumno con quien trabajaré. Ubico su progreso y doy consecuencia para preparar el material para seguir avanzando en uno o más rubros de la disciplina fotográfica. El día avanza, sintiéndome orgullosa de cada persona con la que convivo en el proceso de aprendizaje; al ver sus fotografías, descubro universos infinitos de imágenes que hablan de autores deseosos de comunicarse a través de la fotografía. La maravilla de poder dar clases virtuales/presenciales es genial, conectar en la diversidad de la humanidad es estimulante.
Al terminar mi jornada de trabajo, me quedo de nuevo en contemplación gozando la vista que me ofrece vivir en el campo, envuelta en la luz que dialoga entre la corteza terrena y la atmósfera etérea, que es tan especial en San Miguel de Allende.
Ni la inmediatez, nula vorágine de crear “fotografías Klennex”, de úsese y tírese, son referentes para hacer una fotografía: para mí es una forma de vida, una disciplina donde he encontrado la posibilidad de generar arte. Vivo observando, acuñando un mundo de semejanzas imaginarias, es de ahí que mis fotografías son el el resultado del ver, observar, construir y comprender el mundo a través de las imágenes.
Cada día es perfecto, intento no atender la prisa de la vorágine posible de la vida cotidiana, comiendo el día mirando “la nada del cielo en silencio”, dándome la oportunidad de saber que ese día será maravilloso, compartiéndolo en los diversos cursos de fotografía que imparto, ya sea de manera presencial o virtual.
No hay día sin tomar un rico té de jengibre para limpiar el maravilloso engranaje que es el cuerpo que habito, después tomo un rico café de Guanajuato capital, de donde soy oriunda y me pongo a trabajar. Reviso mi calendario para ubicar el alumno con quien trabajaré. Ubico su progreso y doy consecuencia para preparar el material para seguir avanzando en uno o más rubros de la disciplina fotográfica. El día avanza, sintiéndome orgullosa de cada persona con la que convivo en el proceso de aprendizaje; al ver sus fotografías, descubro universos infinitos de imágenes que hablan de autores deseosos de comunicarse a través de la fotografía. La maravilla de poder dar clases virtuales/presenciales es genial, conectar en la diversidad de la humanidad es estimulante.
Al terminar mi jornada de trabajo, me quedo de nuevo en contemplación gozando la vista que me ofrece vivir en el campo, envuelta en la luz que dialoga entre la corteza terrena y la atmósfera etérea, que es tan especial en San Miguel de Allende.
Ni la inmediatez, nula vorágine de crear “fotografías Klennex”, de úsese y tírese, son referentes para hacer una fotografía: para mí es una forma de vida, una disciplina donde he encontrado la posibilidad de generar arte. Vivo observando, acuñando un mundo de semejanzas imaginarias, es de ahí que mis fotografías son el el resultado del ver, observar, construir y comprender el mundo a través de las imágenes.