Por Michael Hoppé
Escuchar las campanas al amanecer en San Miguel de Allende es el preludio perfecto para el día perfecto en esta hermosa ciudad. Con mi esposa y mi gato a mi lado, escuchamos el vibrar de las alas del colibrí mientras zumban al unísono alrededor del comedero. El paraíso encontrado.
Con la luz del amanecer y el olor del café, el día está listo, y me dirijo a mi nuevo teclado, lleno de maravillas y nuevos sonidos para inspirarme. Un día perfecto incluye el hallazgo de una nueva melodía, una serie de notas que me emocionan hasta el punto de querer completar la canción, lo que finalmente puede llevarme meses.
Pero el comienzo de una melodía es la parte importante, y enseguida busco el botón de grabación para no olvidar mi arrebato inicial de entusiasmo. Aunque siempre pienso que nunca podré olvidar alguna frase melódica que me haya entusiasmado, ahora sé que no es así, y grabo la frase transportadora para construirla más adelante.
Componer música puede ser como clavar una nube.
Oigo la música en mi cabeza, así que componer es seleccionar y luego pulir una idea, imaginar el instrumento y el intérprete, y completar el viaje, que al final da como resultado una nueva composición. Y ese es un día perfecto para mí, terminar con una nueva canción que no existía al principio.
Cae el crepúsculo, mi mujer y yo contemplamos el sol que se hunde desde nuestra terraza, mirando a través de San Miguel. Nos sentimos inmensamente bendecidos, y el día perfecto ha llegado a su fin con las campanas de la tarde dando el toque final del día.