Por Leonardo Díaz
“Un día perfecto es vagar por el centro en la mañana”
No me he cansado de vivir en San Miguel, por eso decido quedarme. Vagar por el centro, sentarme en el jardín por la mañana unos minutos antes de continuar aquello que estaba haciendo sin la prisa —antinatural— que solía perseguirme años atrás en la Ciudad de México. Beber café en cualquier terraza o banca, lo hace sentir a uno como si el tiempo se estirara lejos, en un estado de sosiego casi espiritual. Esos momentos que se pueden replicar cualquier día, a cualquier hora, accesibles de lunes a viernes; casi imposibles los fines de semana: espacios robados por las hordas de turistas que disfrazan a San Miguel de artesanía rosita, con rostro rosita y modales igualmente rositas. Pero el pueblo sigue siendo esa fuente inagotable que inspira creación. Lugar que aún narra leyendas. Imán que atrae escritores, cineastas, escultores y pintores. Capital del extranjero retirado, aunque que ya se vislumbra más joven, contemporáneo (¿o tal vez estoy deseando en voz alta?).
San Miguel me da el constante regalo, de que pueda pintar aquí lo que se me pega mi regalada gana. Por eso decido quedarme.