Por Luz María Velázquez
El 25 de noviembre mundialmente se conmemora “El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”, en nuestro país lo hacemos desde hace 22 años, sin embargo, el origen de dicha conmemoración data de 1981. Y aunque la fecha se designó con el propósito de honrar a “Las hermanas Mirabal” tres activistas dominicanas que lucharon por los derechos de las mujeres quienes fueron asesinadas por orden del dictador Rafael Trujillo. Hoy la reflexión se centra en buscar visibilizar, para entonces poder eliminar todos los tipos de violencia de las que mujeres y niñas somos víctimas.
Pero para quienes nos identificamos con la búsqueda de la justicia, la dignidad y la igualdad, todos los días son 25 de noviembre. Recuerdo muy bien a la primera mujer que acompañé en su largo y difícil camino para salir de ese entorno violento, era una joven con apenas 21 años y ya el suficiente camino andado como para hacer una novela de esas que resultan muy atractivas a los televidentes. A las dos nos latió fuerte el corazón en la primera audiencia al ver llegar a su agresor esposado y ya internado en un CERESO. Y fue como si desde ahí se abriera una llave, he conocido víctimas de violencia sexual, de historias donde hasta el dinero del apoyo económico a víctimas de violencia le quitaron, violencia física y psicológica ni se diga, la violencia que se vive dentro de la familia, la escuela, el trabajo, las instituciones y hasta la que se vive en el mundo digital. Cada historia es un corazón lastimado, una autoestima dañada y una dignidad pisoteada. Y casi siempre víctimas de una persona en quien depositaron su confianza: su pareja, su papá, su hermano, su maestro, su jefe, un compañero de trabajo, su propio hijo, el abuelo o el tío en quienes se depositó el cuidado de una infancia.
Actualmente acompaño desde un programa de la asociación civil CASA, llamado Centro Elegir y aunque aún no logro descifrar si me eligió él a mí o yo a él, la verdad es que este proyecto se quedará escrito con letras de oro en mi historia y es que, a contraluz he podido observar como personas maravillosas acercan sus herramientas y conocimiento, su empatía y sororidad para unir esfuerzos y acompañar víctimas. A la fecha no me ha dejado latir fuerte mi corazón cuando nos topamos con un agresor, tampoco he dejado de sentir enojo y frustración tras escuchar el relato de mujeres, niñas, personas de la comunidad LGBTTIQ que me han compartido su historia. Lo único que ha cambiado es que cada vez son más mujeres quienes no están dispuestas a vivir violencia, cada vez son más mujeres, niñas y jovencitas las que están utilizando un pañuelo morado/verde y saliendo a exigir sus derechos y cada vez somos más quienes nos guardamos sororidad, empatía y sensibilidad y eso sí que vale la pena conmemorarlo.