Por Bernardo Moreno
Un gran sitio que visitar es la ciudad de Huichapan, en el estado de Hidalgo, a dos horas en coche en dirección a la Ciudad de México, desviándose justo después de San Juan del Río, hacia Pachuca. A partir de ese punto, en media hora estarás en ese destino. Un encantador hotel para hospedarse es la Casa Bixi: hermoso hotel de arquitectura barraganezca, ideal para el descanso y la contemplación, con preciosos patios y jardines, cómodas y detalladas habitaciones, servicio atento y personal.
Huichapan, en lengua náhuatl significa “río de los sauces” y para los olmecas “abundancia de agua”. Por sus múltiples cañadas, arroyos y ríos subterráneos, el nombre le viene bien. Hoy en día puedes disfrutar de sus balnearios de agua termal. Para quienes aprecian la antropología e historia, hay al menos dos puntos imperdibles: Las pinturas rupestres en la comunidad de Boyé (bonito pueblo a las orillas de una cañada) donde con la ayuda de un guía local aprendes su significado y su importancia para quienes habitan la zona hace tanto tiempo. El otro punto a conocer es el sitio arqueológico de Pañhu, desde donde puedes observar el imponente valle con sus cerros alrededor. Pertenece a la cultura Xajay, que se desarrolló entre el año 300 y 1100 del período preclásico, relacionado con el origen de los otomíes del valle del mezquital y sacralizado a Otontecutli, dios del fuego viejo.
Huichapan es reconocido por el pulque y la barbacoa. Para iniciar el paseo hay que ir primero por un buen desayuno al mercado, a las Carnitas y Barbacoa Los Arcos. Luego caminar por el centro de arquitectura colonial, con su triada de iglesias en un mismo e inmenso zócalo, donde al centro, sobre un pedestal, se erige una cruz monolítica de al menos tres metros de altura con sincretismo indígena y español. Toparse con una casa —que le llaman la Borrasca— de muros muy altos, que luce orificios y muestra lo feroz de la revolución, es casi inevitable.
¡Es tiempo de ir por pulque!; y nos dirigimos a la comunidad de Mamithi en busca de Don Pablo, que para nuestra sorpresa, no se encuentra, pero por suerte vemos a unos jóvenes raspando unos magueyes. Nos llevan a su casa y probamos su pulque, dulce y viscoso, que nos recubre el estómago y nos pone felices. Es raro que sean unos jóvenes los que hacen el pulque, es un fermentado que se está perdiendo y nos da mucho gusto que no sea Don Pablo, sino aquellos jóvenes, quienes lo siguen haciendo, conservando aquella vieja tradición. Con pulque en nuestros cuerpos y con unos litros para el camino, nos dirigimos hacía el “Astillero”, por un empedrado que parece infinito, donde se observa la vegetación semiárida de la montaña: cactus, yucas y mezquites. Paramos a probar el pulque de Monte Alegre con la señora Imelda. Claramente, este pulque es más fuerte, menos baboso y más agrio, y nos pone aún más felices y nos llevamos, otra vez, varios litros.
El Astillero parece un llano en lo alto de la montaña, pero en realidad es un enorme cráter. Es un lugar espectacular y sobre ese cráter —coronándolo— el mítico cerro de Coatepec o “Cerro de las Serpientes”, que según la mitología azteca, es donde nació Huitzilopochtli. Nos detenemos en pleno llano a la orilla de una presa, debajo de un viejo encino, para observar la inmensidad del cráter y las dramáticas nubes sobre nosotros dejan caer lluvia y granizo. Parece un paseo mágico impulsado por el pulque, el Coatepec y ese gigantesco cráter. Un lugar que sin duda, se tiene que conocer.
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