Las posadas sanmiguelenses

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Por Rosario Ruiz

San Miguel de Allende destaca del resto de las ciudades mexicanas por la autenticidad de sus tradiciones. Durante Semana Santa tenemos los cantos de pasión, y en esta temporada navideña se cantan los villancicos escritos por José María Correa y Genaro Sandi para pedir posada, letras que solamente escucharás en esta ciudad. 

Los mejores recuerdos de mi infancia son precisamente las posadas en casa de mis tías, en la segunda cuadra de la calle Sollano. Provenientes de una familia de músicos y artistas, en la sala de su casa había un gran piano de cola y un contrabajo, y todas las noches durante la novena mi tía Carmen tocaba los villancicos de Correa. 

Tíos y primos nos reuníamos en esa sala para rezar. Los más pequeños nos sentábamos en unos banquitos rojos y escuchábamos atentos las oraciones que dirigía mi tía Lupe. Al terminar el rosario, tocaba pasear a los Peregrinos por el patio. Mis tías tenían un Misterio antiquísimo —imágenes de la Virgen María, San José y un burrito— que estaba puesto en una tabla lista para ser cargada por los primos mayores. Las mujeres, con su angelical voz, primero cantaban la letanía en latín y después entonaban esta letra para pedir posada:  

Afuera: 

¿Quién les da posada a estos pobres peregrinos

que vienen cansados de andar los caminos? 

Adentro: 

—¿Quién es quién perturba de noche el sosiego?

¡Váyase de aquí, no nos quite el sueño! 

Afuera:

—Piadosos aldeanos, tened piedad;

camino a deshora por necesidad. 

Adentro: 

—Bien sabe el Señor que piedad tenemos;

pero dar posada eso no podemos. 

Afuera:

—Mi esposa es muy joven y está muy cansada, 

por el Dios de Israel dadme ahora posada. 

Adentro: 

—¿Quién es quién la pide? Que diga su nombre.

Que esta triste casa es casa de un pobre. 

Afuera:

—Los que te la piden son María y José

que vienen errantes desde Nazareth. 

Adentro: 

—Entre pues, entre cantos de gloria, 

del Oriente la Virgen más bella, 

y besemos humildes su huella 

que es más limpia que el fúlgido sol.  

Fiel paloma que el Ángel glorioso

a su plácido arrullo se agita. 

Dulce faro de luz infinita, 

sed del hombre, sed del hombre, 

la guía y protección, la guía y protección.

El resto de los asistentes acompañábamos al Misterio con luces de bengala y velas, dando vueltas por el pequeño patio de la casa. Nunca faltaba que a alguna niña se le quemara el cabello con las velas. Después de pedir posada, regresábamos a la sala para seguir rezando. 

Una vez que mi tía Carmen comenzaba a tocar las “Avecillas tristes”, era señal de que la posada había terminado y mis tías Lupe y Concha se acercaban con unas charolas rojas de metal para entregarnos una taza de ponche, buñuelos y nuestro aguinaldo —una bolsita de dulces y frutas de la temporada—. Luego también rompíamos una piñata. 

Avecillas tristes que cantáis al alba,

para acompañarnos en esta posada.

Cuando los collados vierten escarlata,

con la blanca nieve se cubren de plata.

Al llegar María a Jerusalén, 

se aumentan sus penas y el dolor también. 

Las ovejas balan, los corderos gritan,

al ver tanta nieve que el cielo destila. 

Estos peregrinos con gusto y contento,

entre las ovejas hacen su aposento. 

La nieve se teje entre los sabinos, 

forman pabellones los robles y encinos. 

Ay, qué amor tan grande, Jesusito mío, 

que antes de nacer ya tiemblas de frío. 

El infierno tiembla, el demonio llora, 

porque va a nacer el Rey de la Gloria. 

Qué dicha y qué fortuna haber vivido esas posadas mágicas. 

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