Un Asunto De Pecadores

Por Fernando Helguera

El fin de semana pasado, mientras esperaba a una persona fuera de la parroquia, sentado en una banca del jardín, escuché a un par de señoras que estaban paradas a unos cuantos pasos de mí, sin que ellas supieran que las oía. Una preguntaba a la otra porqué le urgía tanto meterse a la iglesia. Aun cuando la segunda bajó la voz pude sentir lo que decía.

“Mira, manita, me he portado muy mal y no quiero ni pensar, si me muero ahorita, adónde voy a ir a parar”.

La señora contó detalles de sus travesuras que, por discreción y por mantener las Obviedades Ignoradas en los límites de la decencia, no les voy a contar. Seguro su imaginación da para visualizar todo lo que ella había estado haciendo. El tema aquí es que iba a confesarse para aplicar el famosísimo “borrón y cuenta nueva”, pero dejó en claro a su amiga que no tenía la menor intención de cambiar su comportamiento. Quizás no le importaba tanto morir con unos cuantos pecadillos que la mandaran al segundo o tercer círculo del infierno, lo que no quería era llegar al séptimo sin escalas.

Pensaba al tiempo que las vi alejarse, una al interior de la iglesia y la otra a quién-sabe-dónde, ¿cómo que funciona esto de las indulgencias y la absolución de los pecados? Queda clarísimo que el inventor de los pecados era un genio de los negocios. Me refiero a quien inventó la historia de que comer mucho, el sexo fuera del matrimonio (en especial fuera del matrimonio de esa persona), codiciar los bienes materiales ajenos, no querer trabajar, etc., etc., son acciones por las cuales uno puede ir a parar el resto de la eternidad en compañía de belcebú y sus cuates, quienes al parecer huelen muy feíto y no hay manera de escapar a su hedor.

Imaginemos que esta persona primero observó a sus congéneres y a sí mismo, encontrando los patrones de comportamiento más arraigados, esos de los que nadie se salva, y se inventó el cuento de los pecados. Acto seguido armó una organización donde la gente que sufría por cometerlos pudiera encontrar solaz y perdón, cuando menos el suficiente para mantenerse en el pecando. El siguiente paso fue cobrarles directa o indirectamente por aliviarlos de su pesar, y finalmente, dejó las puertas abiertas para que siempre pudieran regresar. Como colofón vendió franquicias y así surgieron muchas de las religiones que han cobijado a la humanidad.

Tanto religiones como ideologías han puesto expectativas altísimas en los individuos. ¿Alguno de los lectores podría atreverse a asegurar que nunca mintió? ¿Que jamás deseó a la pareja de prójimo alguno? ¿Que en la vida se le antojó tener algún bien material que otro poseyera? Todos somos pecadores desde esta perspectiva y no es de extrañarnos que este mundo gire en torno a la monetización del pecado.

Ha llegado el momento de la humanidad para aceptar que esos cánones inalcanzables sólo han traído miserias, en la mayoría de los casos. Tenemos la obligación moral de generar un nuevo sistema de pecado. Veamos un caso concreto, una sociedad guadalupana como la nuestra tiene como consigna que robar es un pecado y quien roba se va al infierno. No obstante, por desgracia es un país saturado de ladrones. Quien no roba un lápiz de su trabajo para que su hijo lo lleve a la escuela, roba millones desde una gobernatura. Empresarios roban a sus empleados de mil maneras, y gastan fortunas en protección de que los empleados no les roben, en vez de gastar ese dinero en darles mejores sueldos para que no se vean seducidos para robar. El que no tranza no avanza. Esto nos deja ver que habría de ser pecado todo comportamiento que queramos que se normalice en nuestra sociedad, aplicando la psicología inversa.

Aquí mi propuesta de los nuevos siete pecados capitales: la lectura (de libros); el silencio; ser saludable; la humildad; la sabiduría; la honestidad; el trabajo. Claro, la pregunta es ¿Qué penitencia me toca si soy responsable y puntual en mi trabajo?, ¿y si se me ocurre dejar de ver tele y de comer cosas empacadas, en nombre de la salud física y mental?

En las Obviedades Ignoradas tenemos vacantes para el puesto de confesor. Gente con habilidad para escuchar, para extender castigos sin ser muy escrupuloso, y para parecer gente decente. Se requiere experiencia como pecador, lo cual no será un impedimento en una sociedad como la nuestra. “El manual de castigos del buen confesor” estará en venta en el sitio web (quedamos que esto es un negocio), así como en el interior de la parroquia de San Miguel. En él encontrará los castigos completos y su criterio de aplicación según el pecado y la reincidencia. Perdón especial para reincidentes categoría dorada. ¡No se amontonen!

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