“Lo que más disfruto es dedicarme a mis dos grandes pasiones: bailar flamenco y escribir”
Amanecer con el aroma de un buen café es el mejor augurio del día por venir; debe ser fuerte, consistente, de buen grano, hecho en cafetera italiana. Un poco de leche espumada, una pieza de pan dulce, y a partir de ahí todo fluye. Me gusta salir a correr para liberar tensiones, detener los pensamientos, ver las montañas, alcanzar el objetivo. Una vez apaciguado el cuerpo y la mente, lo que más disfruto es dedicarme a mis dos grandes pasiones: bailar flamenco y escribir.
En cuanto a mis andares flamencos, —inyección diaria de adrenalina, arte, disfrute, reto físico, intensidad hecha movimiento—, todo se remonta al gen ancestral de mi origen sefaradí, la España judía, donde nacieron mis antepasados. Algo añejo persiste, porque el flamenco me hace vibrar. Amo bailar, sudar, ejecutar una nueva coreografía, enseñar, ensayar con mis compañeros, escuchar el cante, los matices, la historia, el sentido hondo de un arte que sigue transpirando el latir de un pueblo tan único como es el gitano. Hay una mezcla de goce con pérdida, alegría, tristeza, amor, desamor, vida, muerte. Aquí, en San Miguel de Allende, he tenido la suerte de liberar esta expresión, compartir mi arte.
En cuanto a mi otra pasión, desde muy niña me descubrí en los libros, con sorpresa empecé a vivir otras vidas, a pensar el mundo a partir de cada libro que caía en mis manos. Me enamoré tan perdidamente de la literatura, que más tarde la convertí en mi profesión. Soy editora, y dirijo Libros del Zorro Rojo México, editorial española dedicada a los libros ilustrados. El libro me hizo viajar, —no solo metafóricamente—, pasé siete años en España, primero en un Máster en Edición de Libros, después trabajando como editora. Actualmente, veo el libro como ritual, inspiración, refugio, aventura, sustento, rutina. Pero más allá del objeto, están sus entrañas: lo que más disfruto es crear, construir historias a través de la palabra. Lo más bonito de mi día es lograr ese momento de soledad, silencio, introspección para poder escribir. Eso no tiene comparación, crear algo a partir de la nada es un milagro. Mi primera novela, La llama negra, me trajo por primera vez a este hermoso pueblo; ahora estoy publicando Cuerda floja, una novela por entregas en la revista Vanidades.
Un gran día no puede acabar sin una copa de vino o una cerveza helada, —en estos tiempos de calor— con mi mejor compañía, mi pareja, viendo un atardecer hermoso, contemplando al sol, como una bola de lava candente, fundirse lento entre las nubes arrojando hilos delgados que forman un halo de luz. En San Miguel de Allende, el cielo se desangra en tonos rojos, naranjas, amarillos, morados: es un gran lienzo hecho con la vastedad del universo. ¿Hay algún pintor capaz de recrear tanta belleza? Compartir es la clave de todo día que quiera llamarse perfecto.